Por Vilma Vaccarini
Facilitadora de la Escuela de Negocios de IDEA
La inteligencia emocional es la capacidad que desarrollamos para identificar, comprender, gestionar y utilizar las emociones de manera efectiva, en uno mismo y en los demás. Aunque es un concepto que se estudia desde los filósofos griegos, fue popularizado en 1996 por el psicólogo Daniel Goleman en su libro «Inteligencia Emocional».
La IE es crucial para el éxito en diversas áreas de la vida como las relaciones interpersonales, el ámbito laboral y el bienestar personal. Sus habilidades clave son:
- Autoconciencia: reconocer y entender las emociones propias y cómo afectan el pensamiento y el comportamiento.
- Auto-regulación: gestionarlas de manera constructiva, evitando respuestas impulsivas.
- Motivación: reconocer qué emociones nos automotivan para lograr objetivos y proyectos manteniendo una actitud proactiva y perseverante.
- Empatía: entender y valorar las emociones y perspectivas de los demás, facilitando la conexión y la comunicación efectiva.
- Habilidades sociales: gestionar las relaciones de manera efectiva, prevenir conflictos y trabajar en equipo de manera efectiva.
En este contexto dinámico incierto y de cambios tecnológicos exponenciales, la gestión emocional nos ayuda a mantener la calidad de vida y a enfrentar de manera más efectiva desafíos, demandas y oportunidades. La calidad de las relaciones está basada en la gestión de las emociones ya que éstas generan comportamientos que nos posibilitan adaptarnos a los cambios y navegar en la incertidumbre.
Hoy no basta que quienes gestionan gente sean cognitivamente inteligentes, la inteligencia emocional hace la diferencia, ya que líderes que poseen alta inteligencia emocional inspiran, motivan y guían a sus equipos, impactando, en la salud, el aprendizaje, el desarrollo y la productividad.
Aprender a gestionar las emociones es esencial para mantener un equilibrio emocional saludable, construir y mantener relaciones positivas, desempeñarse eficazmente en diferentes áreas de la vida. Las emociones descontroladas, como el estrés crónico, pueden afectar negativamente la salud física, contribuyendo a problemas como enfermedades cardiovasculares, insomnio y problemas digestivos. Gestionar las emociones contribuye a una mejor salud física y mental.

Al manejar nuestras emociones adecuadamente, podemos comunicarnos de manera más clara y asertiva, evitando malentendidos y conflictos innecesarios, nos posibilita ser más empáticos y comprender mejor las emociones de los demás, generando relaciones de confianza cultivando un entorno laboral y familiar más positivo y armonioso.
La incertidumbre, junto con la sensación de falta de control, la amenaza de perder cosas valoradas o los cambios vitales, son situaciones consideradas universalmente estresantes. Estas cuestiones se ven a nivel global, aunque particularmente en nuestra región. En mi trabajo como coach y formadora, las palabras que más escucho son: ansiedad, inmediatez, todo ya, estoy explotado, estoy matado, no me alcanza el tiempo, no llego con las demandas, no me queda otra que hacer multitasking.
Ante tal contexto surge el agotamiento emocional, actitudes negativas, desconexión del trabajo llevando a un rendimiento disminuido, inhibición de la creatividad e innovación, accidentes en el lugar de trabajo, ausentismo y enfermedades físicas y mentales.
El incremento de la ansiedad y el burnout lamentablemente atraviesa casi todas las profesiones y trabajos. Algunas más, como el sector de la salud y educación, sobre todo a partir de la pandemia, producto de la carga de horas de trabajo, alta responsabilidad y demandas emocionales. Otros sectores como tecnología, finanzas e industrias, por la complejidad, productividad, alta competitividad, plazos de entrega, alta presión para cumplir con estándares de rendimiento y resultados y la necesidad de mantenerse actualizado con tecnologías en constante cambio.
Hoy se demanda una capacidad de pensar y reaccionar de manera rápida y eficaz en situaciones que requieren una resolución en breve tiempo y que sea precisa y acertada. Solo que el cerebro tiene recursos limitados, a diferencia de lo que suele decirse usamos todo nuestro cerebro y gran parte de nuestro tiempo está sobrecargado.
Qué hacer
- Estar conscientes al momento de decidir.
- Tomarnos tiempo, evitar las decisiones en paralelo o cuando estamos tomados por emociones displacenteras.
- Intercambiar con otros que piensen distinto a vos.
- Conocer tu mente para decidir mejor.
- Entender el contexto tan cambiante para ajustar las decisiones de forma continua.
- Pensar fuera de lo común y encontrar soluciones innovadoras a problemas complejos.
- Confiar en nuestra intuición.
- Realizar actividades que estimulen el cerebro, como juegos de lógica, rompecabezas o aprender nuevas habilidades, puede mejorar la agilidad mental y la toma de decisiones.
- Exponerse a diferentes experiencias y desafíos ayuda a entrenar el cerebro para adaptarse a nuevas situaciones y decidir de manera creativa.
- Analizar y aprender de decisiones pasadas, exitosas o fallidas, ayuda a mejorar la capacidad para tomar decisiones en el futuro.