Por Celina de Belaieff
Los desafíos en la convivencia y el clima laboral representan hoy una de las mayores preocupaciones para las empresas. La sociedad es cada vez más consciente de la importancia del respeto a la diversidad y rechaza comportamientos inaceptables, una tendencia que ha puesto a las organizaciones frente a un imperativo claro: abordar estos temas de forma proactiva.
Más allá de la sensibilidad social, existe un marco normativo global que refuerza esta necesidad. El Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) contra la violencia y el acoso, ratificado por más de 50 países -incluido Argentina desde 2021-, establece la responsabilidad de las empresas, junto con el Estado y los sindicatos, en la creación de espacios de trabajo seguros y libres de violencia para todas las personas. Este tratado nos invita a reflexionar y a actuar, promoviendo la revisión de políticas y procedimientos laborales para prevenir y abordar eficazmente estas situaciones.
El alto costo de la improvisación
La discriminación, la violencia y el acoso laboral no son problemas menores. Su impacto es profundo y se extiende más allá de quienes los sufren directamente, afectando al grupo de trabajo y a la organización en su totalidad. Cuando la convivencia se deteriora, la colaboración se vuelve difícil, la productividad disminuye y el malestar general se instala, creando un ambiente de incomodidad latente.
A menudo, estas situaciones son sutiles y pasan desapercibidas. Comentarios y chistes discriminatorios que se normalizan culturalmente pueden afectar negativamente el ambiente, haciendo que los colaboradores se sientan invisibles o poco valorados. En un mercado laboral donde la retención de talento es crítica, descuidar el bienestar del personal tiene un costo muy alto. Cuando los empleados no se sienten cómodos, escuchados y respetados, buscarán rápidamente otras oportunidades.

Sin embargo, muchas organizaciones aún no han incorporado el valor del respeto y la seguridad en su cultura ni en sus políticas. Esta falta de previsión las expone a tener que improvisar ante incidentes de acoso, violencia o discriminación, lo que puede tener graves consecuencias:
- Daño reputacional: La imagen de la empresa puede verse seriamente afectada.
- Riesgos legales: La falta de protocolos puede derivar en litigios y sanciones.
- Clima laboral tóxico: La falta de acción erosiona la confianza y el compromiso de los empleados.
La planificación como estrategia de negocio
En contraste, adoptar un enfoque de planificación estratégica es la clave para la prevención. Esto significa anticiparse a los problemas y construir una cultura de respeto desde sus cimientos. La planificación nos permite:
- Prevenir situaciones de riesgo: Mediante la capacitación, la sensibilización y la comunicación de valores claros.
- Tener herramientas efectivas: Como canales de denuncia confiables y protocolos de actuación definidos. La existencia de estos canales fomenta la confianza, permitiendo que las personas se animen a visibilizar y abordar los problemas a tiempo.
- Revisar políticas de forma integral: Actualizar códigos de conducta, protocolos de actuación y capacitaciones que reflejen un compromiso real con la seguridad y el respeto.

Los líderes juegan un papel crucial en este proceso. Deben ser los primeros en visibilizar, detectar y buscar soluciones. Un liderazgo comprometido no solo resuelve conflictos, sino que modela el comportamiento deseado y fomenta un entorno donde todas las voces son valoradas.
Construir un ambiente de trabajo seguro y respetuoso es una inversión en el futuro de la empresa. Es un proceso constante que requiere el compromiso de todos, desde la alta dirección hasta cada colaborador. El bienestar de nuestros equipos no es negociable; es el pilar sobre el que se construye el éxito sostenible de cualquier organización.
¿Estamos listos para dejar de improvisar y comenzar a construir el ambiente de trabajo que nuestras empresas y su gente merecen?