Preguntas a los expositores

Jose Nun

¿No le parece que en el mundo empresario suele no advertirse que la plena vigencia de las instituciones es un factor que permitiría mejorar la rentabilidad al eliminar la discrecionalidad que es sinónimo de arbitrariedad?

Coincido con usted y es una posición que sé que comparten los organizadores de este Coloquio. Lo confirma la propia convocatoria de un panel como éste.

Sólo agregaría un comentario. Las instituciones son sistemas de reglas y de funciones formales e informales destinados a poner en práctica ideas, principios o valores. Sin embargo, por definición, estos sistemas son siempre incompletos y susceptibles de interpretación. Lo señalo porque hay sobradas evidencias de que es también por esta vía que suelen introducirse entre nosotros la discrecionalidad y la arbitrariedad a las cuales alude la pregunta. Por eso, son necesarias a la vez la plena vigencia de las instituciones y una selección adecuada de los agentes capaces y honestos que deben ocuparse de su manejo y operación.

¿Qué influencia tiene la educación de los ciudadanos en el grado de institucionalidad de un país? ¿Cuál es la situación de Argentina en esta relación?

La educación tiene una influencia decisiva porque el respeto a las instituciones constituye, ante todo, un fenómeno cultural. Dicho en otros términos, las instituciones y las prácticas de una sociedad son una especie de lenguaje a través del cual se expresan sus ideas fundamentales acerca de los diversos aspectos de la vida en común, de lo que está bien y de lo que está mal, de lo justo y de lo injusto, etc. Y un lenguaje se trasmite y se aprende. En esto, la educación juega un papel indispensable. Lo muestra claramente un caso como el de Finlandia que, en treinta años de importantes reformas, pasó a encabezar la lista de países con los mejores resultados en materia de educación, al mismo tiempo que consolidaba su crecimiento económico, su democracia, su estado de bienestar y su cohesión social. Es un espejo en el que nos convendría mirarnos. Porque no se trata únicamente de fijar metas cuantitativas (como el famoso 6 % del PBI) sino de elaborar programas de enseñanza de alta calidad, de fomentar el bienestar de los niños desde antes de nacer hasta la edad adulta y de jerarquizar como es debido el rol del docente. Para seguir con el ejemplo, la enseñanza se ha convertido en la profesión número uno entre los jóvenes finlandeses, por delante de medicina o derecho. En este sentido, nuestro atraso es más que manifiesto e incide muy negativamente sobre nuestro desarrollo institucional.

¿Cree que Joaquín V. González tiene razón, que es imposible lograr acuerdos entre los argentinos? ¿Cómo se puede cambiar eso?

Ante todo, vale la pena subrayar que Joaquín V. González sacaba a la luz en 1910 el espíritu de discordia que había dominado hasta entonces nuestra historia para tratar de cambiarlo. De ahí que, en 1918, pronunciara un famoso discurso en la Universidad Nacional de La Plata (fundada por él) donde sostuvo que nunca había sido un pesimista o un desencantado sino un luchador. Un siglo después, aquel diagnóstico se ha visto lamentablemente confirmado demasiadas veces por años de desencuentros, de proscripciones y de dictaduras militares. La lección que nos cuesta aprender es que la convivencia democrática exige abandonar de una vez por todas la lógica amigo-enemigo que tanto daño nos ha hecho y nos hace. Se trata de un monstruo de mil cabezas que no tolera el disenso y que es alimentado por la corrupción y por la falta de controles. Por eso, atacarlo allí donde aparezca es el primer paso para un cambio y creo que hoy comienzan a ser mayoría los argentinos que lo entienden así. Para repetir una frase célebre, al pesimismo de la razón hay que seguir oponiéndole el optimismo de la voluntad. No otra cosa es la que nos proponía Joaquín V. González.